El pasado 15 de junio recibí en mi correo una carta con membrete de la firma De la Espriella Lawyers Enterprise donde su dueño y representante legal, el abogado Abelardo de la Espriella, se refería a una columna mía titulada “Ante la cagada de Uribe en Atenas”.
Allí, en referencia a Losirreverentes.com de Ernesto Yamhure, dije que “es una página sin dirección conocida ni responsable legal, dedicada a calumniar y denigrar de todo lo que no sea uribista.
Se dice que es financiada por Abelardo de la Espriella y cuenta con su orientación ‘informativa’, la cual comparte con Iván Cancino y José Obdulio Gaviria (primo hermano de Pablo Escobar, el más sanguinario asesino en la historia de Colombia), los tres tan tóxicos y disociadores como el individuo que escondido detrás de su máscara virtual reparte basura mediática a diestra y siniestra”. (Ver carta).
El abogado en mención comenzó afirmando en tonito despectivo que “es la primera vez que leo una columna de su autoría, pues de usted no tengo referencia alguna”, para pasar luego a ‘disparar’ su advertencia: “Debo conminarlo a que en el término de la distancia haga la respectiva rectificación, pues me imputa usted la comisión del delito de calumnia”. Dijo que lo califiqué de “calumniador”, razón por la cual manifestó darme “la oportunidad para que, en el mismo espacio, con la misma difusión y en el mismo medio, se retracte de ese señalamiento temerario”, so pena de verse “en la obligación” de formular la respectiva denuncia penal.
Lo primero que pensé —tras la ‘obligada’ carcajada que me provocó la lectura de su ucase— es que el hombre debía andar muy desocupado para fijarse en alguien de quien no tenía “referencia alguna”, sobre todo porque yo no lograba ver en qué lo había calumniado, siendo que lo de “calumniar y denigrar” versó sobre la página de Yamhure, no sobre el agresivo abogado de marras, quien al parecer ignora el principio constitucional de que la opinión es libre.
La perla que habría de completar el collar de sus incoherencias se dio cuando al mejor estilo del Chavo del Ocho —o sea, sin querer queriendo— en el último párrafo parece concederme la razón sobre la financiación de Los Irreverentes, cuando dice que “en mi criterio, aquel es un estupendo portal que se ha ganado un importante espacio (…) por reivindicar verdades que nadie dice e incluir las opiniones que son desoídas en nuestro país.
Soy amigo de su director, Ernesto Yamhure, y tenga la certeza de que el día que él me lo solicite estaré muy complacido en aportarle económicamente a ese proyecto…”.
A primera vista se nota que De la Espriella defiende a un calumniador, y hay cómo probar que Yamhure lo es, por ejemplo, cuando acusa al exmagistrado Iván Velásquez de estar “señalado de haber cometido un homicidio en Guatemala”, o cuando me sindica de ser “hermano de un peligroso narcotraficante”. (Ver artículo).
Ya repuesto del ataque de risa por la ‘carta-bomba’, en un principio pensé en llamar al famoso picapleitos con el noble propósito de hacerle caer en cuenta de su disparate, e incluso proponerle que fuera mi apoderado en la confección de una denuncia penal contra el citado Yamhure, ahí sí por injuria y calumnia, pero luego medité en que debido a la estrecha amistad que los une, podría declararse impedido…
Ahora bien, alcancé a dilucidar que el remitente esperaba que yo me defendiera de su ‘amenaza’ dedicándole mi siguiente columna, para así ganar indulgencias ante su patrón Álvaro Uribe, por lo que preferí guardar silencio y ni siquiera responder a lo que tomé como un calculado aspaviento.
Pero cuál no sería mi sorpresa cuando el pasado 29 de junio recibí, ya no por correo electrónico sino vía WhatsApp (asedio multipolar, mejor dicho), la primera página de la denuncia que entabló contra mí en compañía de su colega Iván Cancino, por los delitos de “calumnia indirecta e injuria directa agravadas”, basado en los flojos argumentos que ya cité y en que “la solicitud de rectificación jamás fue respondida por el periodista”. (Ver denuncia).
A esa altura del partido consideré conveniente consultar con mi abogado, quien luego de conocer los pormenores de tan disparatada situación tampoco pudo contener la risa, y a continuación me sugirió responderles que “con base en el documento que ustedes mandan, procederé a entablar denuncio penal por falsa denuncia y fraude procesal”, como en efecto hice.
No sobra advertir que estamos ante un caso en que los pájaros les disparan a las escopetas, pues lo que pretende don Abelardo, en contubernio con su compinche Iván Cancino (columnista de Los Irreverentes, por cierto), se enmarca en el talante de rufián de barrio que identifica a todo uribista ‘pura sangre’.
Esto constituye sin duda un abuso contra un ‘humilde’ columnista, pues pretenden intimidarme valiéndose del poder que tienen como abogados penalistas, con la clara intención de acallar una opinión contraria a la suya.
Hablando de acallar, la confirmación del espíritu violento y atrabiliario de De la Espriella está en su columna del domingo pasado para El Heraldo, titulada “Muerte al tirano”, donde sin ruborizarse propone asesinar al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y lo justifica diciendo que “no se trataría de un asesinato común, sino de un acto patriótico”.
Es aquí cuando me pregunto si en lugar de ir preparando mi defensa… ¿no debería más bien solicitar yo un esquema de seguridad con escoltas y carro blindado?
Sea como fuere, es aquí también donde se entiende a qué quiso referirse cuando dijo que “la ética nada tiene que ver con el derecho”, y es a su vez lo que lo hace a uno sentirse ‘obligado’ a responderle que lo que no me mata… me fortalece. Y mientras más bravo el toro, mejor la faena.
Mejor dicho, señor De la Espriella, como decía Jaime Garzón: ¡coja oficio!
DE REMATE: El Partido Liberal debe dejarse de pendejadas, o sea de precandidaturas de medio pelo como la del imberbe neoderechista Juan Manuel Galán, y a la cabeza de Humberto de la Calle impulsar desde ya una amplia coalición de centro-izquierda en defensa de la paz.