Llueven por estos días las críticas a los narradores de fútbol que transmiten partidos de fútbol profesional por los dos canales privados. Muchos hablan de la necesidad de eliminar la figura del ‘narrador televisivo’, entre ellos mis colegas Héctor Mora y Édgar Hozmann. Proponen dejar las imágenes limpias con ocasionales intervenciones del comentarista.
En un medio como la TV, donde el televidente, que no es ciego, está viendo lo que ocurre en el campo de juego, equivocar el nombre del jugador que remató y marcó el gol puede dañar la imagen profesional del hombre que está al frente del micrófono. Pero también puede hacerlo la ‘alharaca reiterativa’, el ‘grito destemplado’, la ‘retahíla radiofónica’ trasplantada a la televisión.
En la radio, el locutor puede mentir impunemente y nadie se lo recrimina porque sabemos que la ‘fantasía’ hace parte del ritual radiofónico. En la televisión es mucho más difícil ‘meter gato por liebre’. Bueno, difícil pero no imposible.
La cámara de televisión es ‘el ojo del Gran Hermano’ inventado por Orwell. El espía omnipresente. Su función primordial es perseguir al balón dondequiera que vaya, como el policía infiltrado al delincuente, lo que le permite captar incluso la coreografía del festejo tras un gol. Los abrazos. El gesto orgásmico del entrenador cuyo equipo acaba de marcar. La desazón en el rostro de su colega.
Vistas así las cosas, podríamos asegurar que el televidente es un privilegiado: puede confirmar si hubo o no fuera de juego o si el patadón matrero cazó al delantero dentro o fuera del área, gracias a las repeticiones.
Pero, en realidad, más que el verdadero ritmo con que se disputa un partido, lo que a él le llega es una ‘selección de imágenes’ que el ‘invisible productor’ elige para hacerle creer que el trámite es ‘intenso’. Un engaño, una ficción óptica. La televisión está obligada a buscar la emoción incluso donde no la hay.
Pero buscarla a través de los altos decibeles de un locutor que se desgañita y habla a la velocidad de un tren a punto de descarrilarse y lanza aullidos y soflamas patrióticas sobrevivientes de los lejanos días de la independencia, si bien puede emocionar a la barra que bebe aguardiente en un atiborrado estadero, le arruina el goce estético a quien de verdad conoce y se deleita con el desarrollo de un partido de fútbol.
El descontento que yo percibo en la calle y en las redes sociales va a acelerar la desaparición de los narradores televisivos de fútbol, como un día ocurrió con los pianistas del cine mudo. Tarde o temprano, la tecnología, los intereses comerciales y, sobre todo, el clamor de los televidentes, los harán superfluos y, por lo tanto, prescindibles.
Una de las consecuencias positivas de este cambio podría ser el regreso del «Cantante del Gol» a su hábitat natural: la cabina de radio.
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ANDRÉS SALCEDO GONZÁLEZ es un locutor y periodista colombiano. Su reconocimiento a nivel nacional lo alcanzó con su trabajo en el Noticiero Todelar de Bogotá, de donde se retiró en 1966 para emigar a Nueva York, pero como no logró demostrar sus capacidades y fracasó, se fue a España, en donde hizo conexiones con Alemania. Allá, aprovechando un paro de locutores de televisión, se vinculó a Transtel, por 21 años. Posteriormente trabajó para Cadena Radial Colombiana (Caracol), leyendo noticias. También transmite partidos de fútbol por televisión con un estilo particular, aunque un tanto discutido, pero eso sí, lejos de los gritos tradicionales.