Nada más aburrido que pedir plata, así sea para una causa justa, porque la gente llega a sospechar que el que la pide se va a embolsillar al menos una parte.
A mí me ha pasado (lo de sospechar), por ejemplo, cuando llaman a pedir “para una campaña de Unicef a favor de los niños”. ¿Cómo así, la Unicef pidiendo limosna por call center?, se pregunta uno, capcioso.
Algo que noté a raíz del viaje que hice a Washington D.C. a entrevistar al exembajador Myles Frechette (cuyo resultado fue una tormenta política en la que Uribe tildó a Frechette de “sinvergüenza” y quedó claro de dónde salieron las balas que mataron a Álvaro Gómez), fue que aparecieron desde fundaciones que pensaron que soy un filántropo millonario y pedían mi “generosa donación”, hasta amigos atravesando “un apuro” que creían que yo me había ganado el Baloto porque vieron en mi Facebook que extendí el viaje hasta Las Vegas.
Lo que no sabían esos amigos —ni mis enemigos— es que el tiquete a Las Vegas fue costeado por la primogénita hija que vive allá, quien en los últimos cinco años ha cometido el geriátrico abuso de darme dos nietos.
El viaje surgió de improviso cuando Frechette aceptó la entrevista y mi editor aprobó financiar los tiquetes, mas no la estadía. Yo tenía mi tarjeta de crédito bloqueada por ‘exceso de pago’, pero no iba a perder la oportunidad dorada de entrevistar a Frechette, así que me encomendé al Divino Niño (¿han visto a Homero Simpson pidiéndole a Dios un nuevo sabor de tocineta?, así) para que me solucionara la encrucijada que enfrenté el día que debía tomar el vuelo, a saber: no tenía a dónde llegar, ni había hecho reservación.
Sin tarjeta de crédito era imposible, y los ahorritos que llevaba no alcanzaban para hotel; alguien me aconsejó buscar alojamiento por Internet en AirBnB, casas de familia donde reciben a viajeros, pero el problema era igual: sin tarjeta de crédito, ni modo.
Debió ser el Divino Niño el de la iluminación, porque entrado el mediodía se me ocurrió acudir a una ‘mentira piadosa’, que titulé Botella al mar: conté en mi muro que había tenido que bloquear mi tarjeta de crédito debido a un intento de clonación, y que este imprevisto me impedía hacer reservación, y pregunté por una casa u hostal donde pudiera registrarme al momento de mi llegada.
La sorpresa fue mayúscula ante la avalancha de propuestas que recibí (¡gente que quiere a la gente!) y entre todas llamó mi asombrada atención la de un amigo de Facebook —paisa, para más señas— a quien nunca he visto en persona pero se declaraba lector y admirador de mis columnas.
Él, cuyo nombre me reservo pero le guardo eterna gratitud, me contó de una pareja de amigos suyos —ella mexicana, él gringo— a quienes ya les había hablado de mí y estarían encantados de recibirme en su casa… ¡gratis!
Un motivo de decepción a mi regreso de EE. UU. estuvo en que alentado por las explosivas revelaciones de Frechette, llegué a ilusionarme con que el pago de la entrevista sería proporcional a la importancia de su contenido, pero no fue así.
No revelo la suma que me pagaron porque no la creerían, pero no sobra aclarar que por mis columnas no recibo un solo peso, solo prestigio, y fue esto lo que me motivó dos años atrás a escribir algo que titulé ‘El trabajo intelectual es la puta del paseo’. (Ver columna).
Hoy lo urgente me impide abordar lo prioritario, en un escenario donde la urgencia se llama supervivencia económica y la prioridad es la escritura del libro que recoge la investigación periodística que he adelantado sobre el asesinato de Álvaro Gómez (incluyendo las revelaciones de Frechette que faltan), con un título que parodia una novela de cuyo autor no logro acordarme: Crónica de una muerte orquestada.
Pensando precisamente en sentarme a escribir el libro sin angustias económicas, contemplé la posibilidad de convocar a un Crowdfunding —o ‘vaca’ virtual que llaman— mediante el cual los interesados lo compraran por adelantado, pero enfrenté el mismo inconveniente que me tuvo a punto de abortar el viaje: tarjeta de crédito bloqueada…
Aquí de nuevo el Divino Niño me iluminó, porque recordé que justo al día siguiente de publicada esta columna, o sea mañana jueves, el suscrito columnista cumple la módica suma de 60 años.
Así que le dije a mí mismo: “mí mismo, ¿y qué tal si para evitar la depresión del súbito ingreso al sexto piso pinta una situación bien desgarradora y les pide a sus lectores —incluidos amigos, parientes, novias y exesposas— que en lugar de regalos o vanas congratulaciones le consignen la suma que a bien tengan en su cuenta número 79673007967 de Bancolombia?”.
La idea es que quien deposite $50.000 o más reciba en su casa un ejemplar del libro, con dedicatoria y autógrafo del famosísimo autor, por supuesto. Para el envío me pueden contactar en mi cuenta de Facebook o al correo [email protected].
¿Qué puede haber de malo, pregunto, a punto de penetrar la senda donde la mar se enluta, en convocar la solidaridad de los aquí presentes para generar los ingresos que hasta hoy me han negado tanto esta columna como el ejercicio de un periodismo honesto, siempre en busca de la verdad?
El que tenga una objeción, que arroje la primera piedra.
DE REMATE: La sugerencia es no hacer la consignación en la entidad bancaria, sino mediante transferencia electrónica o en un corresponsal bancario Bancolombia, para evitar el descuento de la ‘usurera’ suma de $12.000 en cada transacción.
A Jorge Gomez Pinilla lo pueden seguir en Twitter: @Jorgomezpinilla o en su blog personal
http://jorgegomezpinilla.blogspot.com.co/