Por: Jaime Calderón Herrera.
Las redes sociales son de gran utilidad no obstante que muchos las utilicen de manera inapropiada.
Apenas hace un par de días, alguien me envió un video en el cual un hombre de mediana edad, con corte de pelo tipo militar y barba tipo castrista, justificaba de manera simplista la violencia y la eliminación física del contrario. No entiendo cómo puede ser digno de difusión una diatriba tan mal sustentada, que incita a asesinar al presidente Santos, a todo su gobierno y a los líderes de las Farc. Personajes como el del video existen, porque se alimentan con insumos producidos por organizaciones políticas y dirigentes que predican un discurso ambiguo desde la legalidad, sin condenar explícitamente a quienes incitan al crimen, pero creando con mentiras, verdades a medias y consignas catastrofistas, un ambiente propicio para la confrontación.
No siempre lo estético, lo ético y lo conveniente es bien recibido. Muchos prefieren lo bárbaro, así vaya en contra de sus propios intereses. Así somos. Viene a mi memoria el relato corto de Baudelaire: “…mi querido perrito, acércate y ven a respirar un perfume excelente que compré al mejor perfumero de la ciudad. Y el perro, meneando la cola… el signo que corresponde a la risa, se aproxima y posa curiosamente su nariz húmeda sobre el frasco destapado; luego, retrocediendo súbitamente con espanto, me ladra a manera de reproche… Así, tú también… te asemejas al público, al que jamás se le deben presentar delicados perfumes que lo exasperen, sino indecencias escrupulosamente elegidas”.
Baudelaire me hace pensar que el exquisito aroma de la paz, el perfume que produce su construcción paso a paso, exaspera a quienes los atrae el hedor de la sangre y la putrefacción asociada a la violencia y a la muerte. Nada justifica una guerra, dicen que la historia es la historia de la violencia. Se equivocan, han sido más duraderos los tiempos de paz que los de guerra. Ya lo he dicho antes, nuestra naturaleza la ha venido cambiando la cultura. Cada vez somos más y más pacíficos, pero aún hay quienes les aterra la cultura de la paz.