Por: Jaime Calderón Herrera
El amor, el sexo, y el poder gravitan sobre el ser humano y también sobre el fútbol, las bellas, el Presidente y la justicia, que en Colombia se perciben como las prioridades.
Todos sabemos que el buen técnico Bolillo Gómez, en una noche loca, bajo los efectos de un medicamento contra el pánico e intoxicado con alcohol etílico, cometió gravísima falta en incidente de su vida privada, que le costó la despedida de la selección y la pérdida del amor.
La reina Valery Domínguez sometida por Cupido, según su declaración, al involucrarse en los hechos reprobables del AIS, erró en materia grave, consecuencia de su vida privada, si creemos su confesión. Estar enamorado genera una condición de sumisión, digo yo. Valery está a las puertas de una condena, perdió el amor y afectó su trabajo.
Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional y candidato mayoritario a la presidencia de Francia, en publicitado incidente de su vida privada, perdió el poder y tal vez el amor.
Hay también personajes con yerros íntimos, pero con pocas consecuencias: Julio César Turbay y Bill Clinton.
Para mí, el cargo más importante entre nosotros, una nación acorralada por el delito, es el de Fiscal. Viviane Morales fue designada para tal posición con el beneplácito de la opinión, por sapiente, inteligente y experimentada. De su vida privada solo se conocía su concluida relación marital con el muy sagaz y controvertido ex guerrillero, ex asesor del paramilitarismo, convicto por el delito de falsa denuncia y hoy pastor cristiano Carlos Alonso Lucio.
Los altos funcionarios a veces deben escoger entre su vida privada y el poder, como aquel que prefirió amar, a ser Rey.
Cuando la Fiscal aspiró al cargo, debió saber que su amor era un gran problema, pero tomar luego de posesionada la decisión de unirse de nuevo con Lucio en matrimonio solo es explicable por un estado de profundo enamoramiento, que la lleva a desconocer que su reiterado marido tiende un inmenso manto de duda sobre su independencia.
Las cartas ya están sobre la mesa, falta saber si tendrá la suerte de Clinton o la de Valery Domínguez. El derecho a la privacidad es de los anónimos.