Por Horacio Serpa
La democracia tiene futuro cuando los jóvenes, sin distingos de raza, religión o ideas políticas, toman las banderas de la libertad, la solidaridad y la paz, deciden dejar la apatía y convertirse en protagonistas de la historia. Así está sucediendo en España, donde miles de muchachos, a los que se sumaron desempleados y trabajadores independientes, se tomaron las plazas de las principales ciudades para protestar contra los partidos políticos y exigir más democracia y dignidad.
El fenómeno, que pasará a la historia como el 15-M, sirvió de antesala a las elecciones regionales. Los ojos del mundo se concentraron en cuánto ocurrió en las comunidades autónomas, especialmente en la alegría desbordante de quienes se alzaron, pacíficamente, contra el status quo, para exigir empleo, cambios estructurales y oportunidades. Aunque no sucedió una revolución, si se sembró la semilla de cambios en la manera de hacer y entender la política en la península ibérica.
Los primeros resultados de esas movilizaciones populares se sintieron cuando se cerraron los escrutinios del pasado domingo y se constató que los protestantes empujaron la derrota de los socialistas del PSOE, que fueron apabullados estruendosamente por los conservadores del PP, y también por la izquierda unida y los nacionalistas vascos y catalanes.
Pero esa manera de empujar los jóvenes profundas transformaciones se ha vivido también en otras épocas, en muchas partes del planeta. Aún sigue fresco en la memoria colectiva el espectáculo transformador de los estudiantes que incendiaron de fervor reformista a Francia y al resto del mundo en Mayo del 68.
En Colombia han sucedido jornadas históricas de enorme relevancia, como la Séptima Papeleta, que generó el proceso de la reforma constitucional de 1991. Los estudiantes universitarios hicieron posible lo que parecía una quimera: cambiar la vetusta Carta de 1886. Llegaron, entonces, profundas transformaciones en nuestro sistema político, que han permitido la vigencia misma de nuestra democracia. No en vano fue esa la Constitución de la paz, que permitió la desmovilización de más de seis mil guerrilleros de cinco organizaciones armadas.
Los jóvenes son protagonistas del cambio de paradigmas. Así fue ayer, es hoy. Será siempre. Esa renovación permanente permite vigorizar los partidos, crear nuevos paradigmas y el surgimiento de liderazgos frescos que fortalecen nuestro sistema político. Ellos tienen claro que aquí no hay espacio para dictadores.
Los jóvenes han entendido su papel histórico, En las pasadas elecciones presidenciales generaron un tsunami verde que alegró el debate electoral. Ahora tienen nuevamente la oportunidad de hacerse sentir. Participando masivamente en las elecciones municipales, liderando procesos de renovación de los partidos y las costumbres políticas, e inyectándole nuevas ideas al debate por el poder. Esta vez, los temas son obvios: reconstrucción del país, más y mejor democracia, paz, empleo, medio ambiente y seguridad.
Los jóvenes son el motor de nuestra democracia. El aire fresco que cada cierto tiempo se convierte en un ciclón que cambia todo, esta vez con palabras y no con plomo. Con ideas y pasión renovadora. Adelante muchachos.
Bucaramanga, 25 de Mayo, 2011