Por: Horacio Serpa
Las Farc no se resignan a ser ignoradas en las elecciones presidenciales. Al igual que en los anteriores procesos, ellas quieren inclinar la balanza a favor de uno u otro candidato, de acuerdo con sus intereses, que nunca coinciden con los del resto de colombianos.
Cuando todos esperábamos que la presión de las fuerzas militares y el aislamiento político, por no decir desprecio de la opinión pública, las mantuviera inermes, esa organización ha iniciado una serie de ataques a poblaciones y destacamentos militares que las han puesto nuevamente en la agenda de los medios.
Los titulares de los noticieros destacan quemas de buses, paros armados, destrucción de poblaciones, asesinato de militares y policías, amenazas a candidatos. Muerte de civiles, irrespeto a las normas del derecho Internacional Humanitario. Toda una demostración de poder armado e imbecilidad política. Un mensaje a la nación de que sobrevivieron a la seguridad democrática y sea quien sea el nuevo inquilino de la Casa de Nariño ellas seguirán siendo parte del paisaje.
Nada más desprestigiado que las Farc. Pero también nada más cierto que siguen siendo una organización armada, con más de ocho mil hombres, como reveló el General Naranjo recientemente, con una enorme capacidad de daño. Son poder real en cientos de municipios del sur, en donde está su retaguardia estratégica.
Las Farc no han cambiado su discurso, ni sus pretensiones, y siguen ocupando el primer lugar entre las cosas que más detestan los colombianos. Para exterminarla, el gobierno que culmina gastó un gran porcentaje del presupuesto nacional, por encima de la educación, duplicó el número de hombres de la fuerza pública, aumentó la capacidad destructiva y elevó a niveles no conocidas la capacidad tecnológica de las fuerzas militares, con aparatos solo entendibles en las películas de ciencia ficción.
Aunque se dieron de baja a importantes jefes guerrilleros y se cuentan por miles las deserciones, la verdad es que esa organización sigue viva y no se resigna a no ser protagonista en el cuatrienio que sigue. Sin importar el color del nuevo Presidente, este tendrá que presentarle al país una propuesta creíble y sensata para enfrentar esa amenaza. La que, a mi modo de ver, deberá incluir un componente militar y otro político, porque con solo plomo no se construye la paz, ni con sola lengua se ganan las guerras.
Hasta el momento no se ha escuchado nada novedoso al respecto. El solo hecho de prometer la continuidad de la seguridad democrática no garantizará el fin del conflicto armado. Como tampoco, hablar en abstracto de la solución negociada, que por cierto poco se ha oído mencionar en los debates televisados.
Los candidatos tienen que ofrecerle al país mucho más que retórica para enfrentar la guerra interna. Hay que ser sensatos y proponer la paz como una prioridad nacional, porque seguir en guerra será un suicidio. Las Farc son enemigas de nuestro desarrollo y progreso, pero sobre todo, enemigas de quienes creemos que sin paz nunca habrá pan para todos.