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Haití: La isla del dolor

Sample ImagePor: Horacio Serpa Uribe

La naturaleza se ha ensañado con el país más pobre de América. Haití fue sacudida por un terremoto que dejo más de cien mil muertos, tres millones de damnificados, el país destruido y más empobrecido. Arruinado. Sin futuro. El país quedó en manos de la solidaridad internacional y de su propia capacidad de convocar ayuda y reinventarse en medio del desastre.

Haití es sinónimo de miseria. Es un pueblo afro caribeño, francoparlante, históricamente ligado a las dictaduras, la expoliación de su riqueza, la pobreza, el vudú. La inviabilidad como Estado. Y sin embargo, es un país que  convoca las miradas del mundo por su atrayente cultura y su historia de héroes en la época de la independencia: el segundo país en alcanzar la independencia, el primero en ser gobernado por ex esclavos.

Ese pequeño país es hoy el infierno. Las imágenes de su destrucción sacuden hasta al más indolente. Miles de cadáveres apilados unos sobre otros, tirados en la calle en descomposición, fosas comunes en donde han enterrado a miles de personas. Hordas de hombres armados que luchan por un pedazo de pan, un poco de agua, pero también por saquear lo poco de valor que haya quedado entre las ruinas, incluso una bolsa de patatas, café, azúcar. Algo que llevar a la boca.

El terremoto de Haití ha convocado la solidaridad internacional, pero el mundo sabe que esa nación necesita mucho más que ayuda de emergencia y socorristas. Haití necesita ser refundada. Aprovechar el desastre de la naturaleza como una oportunidad divina para reinventarse. Para comenzar de nuevo y emerger de entre las ruinas como una nación viable, democrática, soberana, que atraiga el turismo, la inversión extranjera, las agencias de cooperación.

El Presidente Obama, el primer mandatario afroamericano en la historia de Estados Unidos, ha expresado su compromiso con la reconstrucción de Haití. Ha enviado soldados, portaviones, para garantizar el restablecimiento del orden. Pero se necesita mucho más. Se requiere el liderazgo de Naciones Unidas, un Fondo para la reconstrucción, fortalecer la débil democracia, y miles de millones de dólares para sembrar futuro.

El dolor de los haitianos es la vergüenza de América. Del mundo. Pero ese dolor hay que convertirlo en voluntad política para transformar lo que la naturaleza ha enterrado. Un fondo mundial para la reconstrucción no se puede quedar en simples promesas. Hay que dejar el armamentismo y la carrera veloz por la conquista militar del planeta, para conquistar la solidaridad, la justicia social, la equidad, la democracia en Haití.

Haití merece otra oportunidad. Obama puede pasar a la historia como el líder al que le importó más la seguridad humana en su patio trasero, que ganar las guerras pérdidas de Irak y Afganistán, en donde Estados Unidos ha invertido tanto presupuesto que podría haber construido una nación de rascacielos y no un infierno en el desierto. Ahora pude inventarse una nación afroantillana, de esclavos de la pobreza que se redime después de la catástrofe.

Bucaramanga, 20 de Enero, 2010

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