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¿Libre mercado o chantaje diplomático?

¿Libre mercado o chantaje diplomático? La hipocresía tras la advertencia de EE. UU. a Colombia por acercarse a China

¿Libre mercado o chantaje diplomático? La hipocresía tras la advertencia de EE. UU. a Colombia por acercarse a China

El próximo viaje del presidente Gustavo Petro a China ha generado una tormenta política que va más allá del protocolo diplomático.

Las declaraciones de Mauricio Claver-Carone, ex enviado especial del Departamento de Estado de Estados Unidos para América Latina y figura clave en la administración de Donald Trump, han encendido las alarmas sobre el verdadero alcance del concepto de “libertad” en las relaciones internacionales promovidas por Washington.

Claver-Carone afirmó que el acercamiento de Petro con China representaba una “gran oportunidad para las rosas de Ecuador y el café de Centroamérica”, una frase que ha sido interpretada como una velada amenaza a la economía colombiana.

La implicación es clara

Si Colombia insiste en estrechar vínculos con el gigante asiático, podría ser castigada comercialmente, perdiendo su lugar privilegiado en el mercado estadounidense. En otras palabras, Estados Unidos estaría dispuesto a boicotear productos colombianos en favor de otros países de la región más alineados con sus intereses.

Ante esta situación, cabe preguntarse:

¿Dónde queda el tan defendido principio del libre mercado?

¿Qué pasó con la retórica de la autonomía nacional, la soberanía y el respeto a las decisiones democráticamente elegidas por los pueblos?

La reacción de Claver-Carone evidencia una visión profundamente instrumentalizada del discurso neoliberal que Estados Unidos ha predicado durante décadas.

Mientras ese discurso sirva para mantener la hegemonía estadounidense, se promueve. Pero cuando otro país, como Colombia, decide diversificar sus relaciones comerciales y estratégicas, entonces se le reprime o se le amenaza.

La respuesta del Gobierno colombiano no se hizo esperar.

El ministro del Interior, Armando Benedetti, calificó las declaraciones de Claver-Carone como una “amenaza” directa que atenta contra la autonomía del país. “Eso no se le hace a ningún país”, sentenció Benedetti, dejando claro que Colombia no está dispuesta a aceptar imposiciones externas sobre su política exterior.

Pero este no es un hecho aislado.

A la par, surgen denuncias graves sobre un supuesto complot para desestabilizar al gobierno de Petro. Según información que ha circulado ampliamente en medios alternativos y redes sociales, sectores de la extrema derecha norteamericana, en alianza con figuras del uribismo como las candidatas Vicky Dávila y María Fernanda Cabal en compañía del ex canciller Álvaro Leyva, estarían orquestando una campaña para desprestigiar y eventualmente derrocar al presidente colombiano.

A esto se sumarían medios de comunicación tradicionales, que juegan un papel clave en moldear la opinión pública y crear escenarios de caos institucional.

En este contexto, el discurso de la “libertad” que tanto proclama la derecha internacional se ve más como una máscara conveniente que como un principio real.

Quienes se llenan la boca hablando de libertad económica, hoy suplican a Washington que imponga castigos si Colombia busca oportunidades con otras potencias. La hipocresía es evidente: no se trata de libertad ni de competencia justa, sino de obediencia y subordinación.

El caso colombiano pone en evidencia una realidad incómoda

En el tablero geopolítico mundial, la autonomía de las naciones está condicionada al consentimiento de las potencias. Estados Unidos, que enarbola la bandera de la democracia y el libre comercio, demuestra que está dispuesto a utilizar el chantaje económico cuando sus intereses están en juego.

En medio de este escenario, Colombia enfrenta una encrucijada histórica. Puede ceder a las presiones externas y volver a su papel de socio subordinado, o puede reafirmar su soberanía y seguir construyendo relaciones internacionales basadas en la pluralidad y el respeto mutuo.

Lo que está en juego no es solo una relación bilateral, sino el derecho de los pueblos a definir su destino sin tutelas ni amenazas.

¿Será este el momento en que América Latina deje de ser el “patio trasero” de nadie y actúe como un bloque digno, soberano y libre?


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