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La irresponsabilidad de llamar a una guerra contra Venezuela

La irresponsabilidad de llamar a una guerra contra VenezuelaPor: Víctor de Currea-Lugo

 

Los vientos de guerra no siempre son asomo de una hecatombe, pero tampoco algo para no tener en cuenta. Por el momento, la «guerra mediática» entre Colombia y Venezuela crece.

 

Muchos de aquellos que por años han aplaudido la guerra entre colombianos y que se han opuesto a una negociación del conflicto, ahora nos empujan a una guerra contra Venezuela.

 

Este escenario no es inmediato, pero desafortunadamente, sí es posible. Quienes detentan hoy el poder en Colombia, están convencidos de la vigencia de la «Guerra Fría», obedecen lo que digan los Estados Unidos en materia de política exterior, creen que la OEA es un nido de izquierdistas (diría Ordoñez) y hasta sostienen que «el glifosato es un tipo de quimioterapia».

 

No es un chiste.

 

Las decisiones políticas en Colombia están en manos de personas que distorsionan tanto la realidad al punto de creerse sus propias mentiras.     Y una de ellas, es creer que la innegable crisis de Venezuela se resuelve mediante una salida militar. “Estudien vagos” diría la senadora, para invitarlos a revisar lo que le costó a Irak la intervención de los Estados Unidos en el año 2003.      Basta mirar un mapa para darse cuenta de la extensa frontera colombo-venezolana y entender que desde allí es de donde se lanzaría un ataque, convirtiendo además a Colombia en la línea de aprovisionamiento, lo que fue Paquistán en la ocupación de Afganistán.

 

El llamado a la Guerra parte de unas premisas falsas.

 

La primera de ellas es que el chavismo, como expresión política y social prácticamente no existe. Si bien es cierto que su poder de convocatoria se ha deteriorado, los resultados de la última elección, así como las movilizaciones en las calles después del atentado de Maduro, muestran que el chavismo sigue siendo una realidad política de gran tamaño.

 

Segunda, que es posible crear una coyuntura militar, de origen interno o externo, que en pocos días produciría resultados definitivos. Esto es desconocer las experiencias recientes de Irak y Afganistán.

 

Tercera, que hay una oposición madura y homogénea, con una propuesta salvadora con una alta legitimidad.   Lo que realmente hay es un «salpicón» de propuestas mediáticas con poca profundidad.

 

Cuarta, que una guerra contra Venezuela tendría un efecto limitado en Colombia, cuando lo esperable, en este escenario, es que el país termine involucrado de la peor manera.

 

En Irak, un país con grandes reservas petrolíferas había un gobierno con problemas de legitimidad interna y externa, al que se le acusó de otros crímenes por demás inexistentes: vínculos con Al-Qaeda, posesión de armas de destrucción masiva y participación en el ataque a las Torres Gemelas.       Sin ningún respaldo en el derecho internacional, en contra de la opinión pública, y prometiendo una “guerra rápida”, Estados Unidos atacó la madrugada del 20 de marzo de 2003.      Hoy, más, de 15 años después, Irak esta descuadernado, su petróleo está en manos de las grandes trasnacionales, y su sociedad permanece enfrentada entre suníes  y  chiíes.     Venezuela no es Irak, pero podría serlo, por lo menos en este escenario bélico.

 

En el plano internacional Estados Unidos continúa «alimentando» una intervención militar contra Venezuela, mientras el gobierno de Maduro busca fortalecer sus relaciones con quienes podrían ser sus aliados: China y Rusia.

 

A diferencia del caso de Libia que no es del todo al caso venezolano, China no estaría dispuesta a perder sus inversiones. Y, como en el caso de Siria,   Rusia podría cerrar filas a favor de Maduro.      Este escenario es probable si se tiene en cuenta la política expansionista rusa y su afán por ganarle terreno a Estados Unidos, como lo ha hecho en Ucrania, Osetia del Sur y Siria.     A esto hay que sumar el reciente desafío de Trump a China al marco de la asamblea de la ONU.

 

En el plano interno, muy similar a lo que pasa en Siria, los Estados Unidos no tiene una ficha clave para crear un nuevo gobierno.

 

La oposición venezolana es mezquina, está dividida y carece de un proyecto nacional que logre recoger el sentimiento antichavista.   La promesa de una “guerra rápida” no tiene bases, así cayera en pocas semanas el gobierno de Maduro, la innegable base social chavista saltaría a una resistencia armada, creando un escenario similar al de Irak después de 2003.

 

Hay dudas sobre la real capacidad militar de Venezuela para responder una agresión y algunos militares podrían acomodarse a un nuevo escenario. Pero, independientemente de esto, los llamados “colectivos” (las milicias bolivarianas) podrían asumir parte de la resistencia.     Vale decir que “colectivo” es una palabra que designa a un conjunto heterogéneo de expresiones políticas, que van desde milicias más o menos estructuradas, hasta expresiones delincuenciales.     A esto debería agregarse la presencia de varios millones de colombianos en Venezuela y de más de un millón de venezolanos en Colombia: no todos antichavistas y podrían jugar un papel de Quinta Columna para cualquiera de los dos lados.

 

Desde Colombia los pecados no son menos. El primero de ellos y tal vez el más grave, es  «no entender la crisis venezolana en su gran complejidad, reduciéndola a un problema de buenos y malos, basándose únicamente en lo que dicen los migrantes y los medios de comunicación».       Pero más allá de una matriz mediática, hay una clara agenda de las elites colombianas de presentar el chavismo como el ejemplo de todos los males y que, por tanto, debe ser exterminado por vía militar.     Los prejuicios y las suposiciones son tantas, que los debates respecto a Venezuela más que académicos, parecen «debates entre publicistas».

 

Los mismos que en Colombia no lograron derrotar a las Farc y tampoco acabar con los miles de miembros del ELN,   llaman ahora al ataque contra un país que, según el Global Firepower Rank, tiene una capacidad militar similar a la colombiana.     Me dirán que Colombia no estará sola, que detrás tendrá a Estados Unidos, pero les recuerdo que Caracas queda más cerca de Bogotá que de Washington.     Un sector de las elites más sensato estaría también en contra de esta eventual guerra, pero hoy se encuentra arrinconado ante el envalentonamiento del uribismo.

 

El argumento de que muchos de las Farc y del ELN se van a pelear a Venezuela no es más que un discurso simbólico, pues es bastante ridículo pensar que un puñado de guerrilleros colombianos serían los determinantes de un conflicto internacional. Lo mismo sobre la supuesta presencia de Hamas y Hizbollah en Caracas.      Hay un afán de imponer la lógica de la “guerra contra el Terror”,  y  mezclar «peras con manzanas».

 

Una parte de la sociedad colombiana no quiere entender que una guerra contra Venezuela no sería marginal a los grandes centros urbanos. Algunos creen que se limitaría a ciertas zonas rurales y fronterizas, como lo es el conflicto armado local.

 

Aquí llegarían miles de refugiados, habría miles de muertos y algunos conocerían, por primera vez, la guerra en directo y no a través de la televisión.

 

Quienes votaron por Duque deben ser conscientes que, con su voto, no solo votaron dizque “para no volverse como Venezuela” sino que también lo hicieron “para volverse en armas contra Venezuela”.

 

No es del todo una certeza que una guerra contra Venezuela favorezca a Maduro o a Duque.     La Rusia de los Zares enfrentó dos revoluciones en un año por meterse en una guerra en la cual Lenin levantó la bandera de la paz y se quedó con el poder.

 

Lo dicho, señores amantes de la guerra: “estudien, vagos”.

 

PD: A todos esos que azuzan la guerra con Venezuela, que nunca han oído un bombardeo, que jamás han pisado un campo de refugiados, que no saben lo que es un combate, que no han visto una fila de civiles muertos o heridos, les recomiendo una cosa:   No hablen mierda !!!

 

Fin del comunicado.

 

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POSTADA:  El autor de esta columna Víctor de Currea-Lugo, es médico de la Universidad Nacional de Colombia, Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de SalamancaPhD de la Universidad Complutense de Madrid.

 

Ha sido profesor universitario, de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Universidad Nacional de Colombia.

 

Ha trabajado en Colombia, Palestina, los campamentos de Sahara Occidental (Argelia) y Darfur (Sudán), entre otros contextos; y con organizaciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y Médicos Sin Fronteras (MSF).

 

 

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