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Lo que va de Nairo Quintana a el gobierno de Santos.

Lo que va de Nairo Quintana a el gobierno de Santos. Por: Juan Manuel López C.

 

Mientras para Nairo el referente a mejorar era el primero entre sus puntos de comparación, pareciera que en nuestro caso basta con superar al país más desafortunado.

 

Nairo Quintana es nuestro héroe. Pocos dudan que es el mejor ciclista escalador del mundo y uno de los cinco mejores del momento en ese deporte.

 

No ganó el Giro de Italia, pero probablemente porque la estrategia seguida —y cumplida— no calculó bien lo imprevisto.

 

Su rival y su competidor para lo alto del podio era Vicenzo Nibali —el Tiburón- que entre los otros participantes se veía como el hombre a vencer. Con más credenciales que Nairo, corriendo en su tierra, y defendiendo un nombre ya casi mítico, era si no el único sí el principal peligro que podía obstaculizar el triunfo de nuestro escarabajo.

 

Nairo corrió para ganarle a Nibali y le ganó. No atacó a los otros y ni siquiera al mismo ‘escualo’ porque se limitó a defender los segundos de ventaja que había obtenido en las primeras etapas.

 

Podemos estar orgulloso de él, y reconocer que fue el imprevisto de un no favorito lo que frustró nuestra expectativa.

 

Lo que no debemos es entender mal este ejemplo y asumir una actitud parecida pero errada respecto a lo que se refiere a nuestro país.

 

Si nos guiamos por lo que enorgullece a nuestras autoridades y que nuestros medios de comunicación repiten y divulgan con insistencia, nuestro punto de comparación pareciera ser Venezuela y nuestro objetivo compararnos a ella.

 

Para la oposición lo importante es amenazarnos con el ‘castrochavismo’, con el peligro de caer en la trampa de seguir su ejemplo como modelo económico y político, como cuando Nairo se cuidaba solo de Nibali y se olvidaba de los otros potenciales ganadores.

 

Para el sector oficial basta que nuestros indicadores sean más satisfactorios que los del vecino, al igual que para nuestro campeón era suficiente conservar la ventaja sobre quien era considerado el otro potencial triunfador.

 

Poco hacemos la reflexión sobre nuestra propia situación en relación a otras comparaciones o incluso respecto a otros momentos de nuestra historia.

 

Porque si bien es cierto que seguimos las encuestas y vemos que entre estas y la protesta generalizada —tanto la social como la de la mayoría de los sectores gremiales— se manifiesta lo que gobierno llama ‘pesimismo’, no hay tanta claridad o evaluación y análisis de en qué estamos desde el punto de vista de desorden y caos organizacional e institucional.

 

No basta con decir que peor están las instituciones o la democracia en Venezuela sin analizar en qué vamos nosotros.

 

Porque, a pesar de que en Suramérica todos sufrimos de males parecidos, los gobernantes vecinos no están recibiendo una descalificación por su propio pueblo como aquí; ni más desprestigio que el de nuestros partidos políticos no lo tiene ningún otro país latinoamericano; ni sus cuerpos legislativos son tan despreciados como el nuestro; ni sus sistemas de Administración de Justicia han llegado al nivel de inexistencia como entre nosotros; ni (aunque las autoridades defiendan un supuesto manejo ejemplar de la economía), han tenido nuestros pares caídas en sus proyecciones y/o desfaces tan grandes como los que ahora vivimos y que causan tanta incertidumbre a los inversionistas y desagrado en la población en general; ni a nuestro alrededor se ven cifras de desempleo de dos dígitos como las nuestras, ni indicadores de desigualdad como aquí; y, a pesar del panorama optimista que supone los arreglos con las Farc, seguimos siendo el último país con una guerrilla viva y unos grupos criminales enfrentados al poder del Estado.

 

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Porque lo que estamos afrontando y lo que sentimos que ya está llegando seguramente no es tan terrible como lo que vive la República Bolivariana; pero tampoco lo está padeciendo ninguna otra nación de la región.

 

Que el resto del mundo aplauda la paz es apenas lógico. Que cualquier ser racional la reciba con satisfacción es de esperar (aunque puede haber seres que se salen de ese patrón, porque ponen otros intereses por encima). Pero eso no debe hacernos desconocer cuál es la realidad en que nos encontramos.

 

Volviendo a la comparación con Nairo, la paz puede ser como sus hazañas en los premios de montaña: con los acuerdos suscritos no alcanzaremos el resultado buscado si nos contentamos con ver la bondad del desarme de la guerrilla y no vemos con ojos realistas el caos en el cual estamos cayendo (tanto en cuanto a la implementación de lo pactado, como aún más en lo que se refiere a todos los otros aspectos que han sido relegados a un segundo plano); la diferencia es que para Nairo el referente a mejorar era el primero entre sus puntos de comparación, mientras pareciera que en nuestro caso basta con superar al país más desafortunado.

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