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¡Se cayó el régimen!

A finales del siglo pasado, hace aproximadamente 20 años, hubo una ‘matriz de opinión’ que se apoderó de las mayorías electorales.  Temas como la privatización de los servicios públicos, la liquidación de hospitales, la venta de la banca al sector privado, el impulso a la siembra de palma africana, la conformación de cooperativas de seguridad para combatir a la guerrilla y la venta de los principales activos del Estado como ‘única salvación’ para la economía del país fueron utilizados con éxito para ganar elecciones.

 

En esa época Colombia — en un país de hegemonía liberal en la segunda mitad del siglo pasado—  estas políticas de ‘derecha’, inspiradas y representados por el Partido Conservador, no contaban con el suficiente apoyo electoral para acceder al poder, pero, por cuenta del escándalo generado por el ingreso de recursos del ‘cartel de Cali’ a la campaña ‘Samper Presidente’, todo cambió en el país.

 

Con un debilitado gobierno de Samper —tras el grave escándalo de financiación de su campaña y una fuerte estrategia de medios— lograron ‘convencer’ a las mayorías del país que los problemas de nuestra economía se resolvían aplicando estas medidas de corte totalmente ‘neoliberal’.   La gente les creyó y Colombia paso de ser un país netamente de ‘ideas liberales’ a convertirse en una nación de mayorías ‘ultra conservadora’ que hoy conocemos.

 

Cabalgando en el desprestigio de los partidos tradicionales —pero en especial sobre el liberal que era el que manejaba las mayorías en esa época— prácticamente acabaron con la política partidista, convirtiendo el debate electoral en un escenario donde los que sobresalen son los nombres de sus líderes, convertidos en verdaderos ‘mesías’.   Ahora se habla de ‘Pastranismo’, ‘Uribismo’ y ‘Santismo’ como solución engañosa a lo que llaman «la cultura enraizada de los partidos tradicionales».

 

Estas campañas ‘mesiánicas’ acabaron con la poca credibilidad que le quedaba a la política, el transfuguismo electoral, la doble militancia y los partidos de garaje, redujeron la importancia de los partidos a su condición actual, donde poco o nada influyen en la toma de decisiones.   Hoy la política es de ‘ismos’, donde el culto a la personalidad de un político está por encima de las ideas.   Ya nadie respeta las decisiones de los partidos,  todo es acomodarse en las ‘olas mediáticas’ impulsadas por los grandes medios de comunicación y listo.

 

Han pasado 20 años en los que ‘Pastranismo’, ‘Uribismo’ y ‘Santismo’ recibieron todo el apoyo de las mayorías políticas, los medios de comunicación, los órganos de control (incluso que manejaron a su antojo).  Estos ‘mesías’ electoralmente barrieron a sus opositores, a quienes apabullaron y satanizaron de manera inmisericorde utilizando el gran potencial mediático con el que contaron. ‘Todo valía para salvar al país’, tuvieron la oportunidad pero la desperdiciaron.

 

Periodistas ‘pastranistas-santistas-uribistas’ o viceversa —dependiendo de la época y las condiciones— como  Mauricio VargasMaría Isabel RuedaClaudia Gurisatti, Vicky Dávila  y  Julio Sánchez Cristo,  entre otros,  hoy  han  perdido  toda  credibilidad. Nos hicieron creer que éramos ‘el país más feliz del mundo’, le sirvieron al régimen al pie de la letra en su demoledora tarea de adoctrinar al pueblo —quien sumiso ante semejante bombardeo mediático— terminó creyendo como salvadores a sus mismos verdugos.

 

Gracias a la ‘labor profesional’ de estos seudo periodistas, hoy en Colombia son personajes representativos de nuestro mundo político la cúpula del Centro Democrático, (la mayoría prófugos de la justicia o condenados), lo mismo que la cúpula del ‘Santísimo’ (igual de corrupta llena de bandidos), o personajes como Alejando Ordoñez Maldonado, que luego de ser destituido por corrupción, resurgen como «la fuerza moral y ética del país».

 

Esos mismos seudo periodistas nos vendieron la idea que «los tecnócratas que entregaron los activos que fueron feriados dizque para salvar al país, eran la solución que se requería para mejorar la economía», para luego descubrirse que estos mismos ‘tecnócratas’ aparecen en todos los escándalos de corrupción que se han denunciado en los últimos años en Colombia.    Verdaderos ‘petardos’ terminaron siendo los expertos en economía, finanzas y trasporte público que hoy fracasan, estruendosamente, al frente de sus cargos.

 

Hoy la realidad, 20 años después, Colombia es un país ultra conservador, dividido, completamente lleno de corrupción y politiquería, donde se derrochó una bonaza petrolera, país  entregado  a  las  mafias  del  narcotráfico,  parapolítica  y  guerrilla,  con una economía quebrada, un sistema de salud colapsado, una moneda devaluada, con una justicia desprestigiada y sin credibilidad gracias a la falta de contrapesos que estaba consagrada en la Constitución del 91 pero que se acabó después de la aprobación de la reelección presidencial.

 

Ad portas del escándalo por corrupción más grande de la historia del país, el ingreso de dos elefantes llenos de dineros de la compañía Odebrecht, uno a la campaña ‘Uribista’ de Óscar Iván Zuluaga, (perdedor de las elecciones) y otro elefante en la del actual presidente Juan Manuel Santos, tienen en vilo al país nacional.    Se teme pueda ocurrir lo  peor,  más  órdenes de captura,  más  escándalos  de  corrupción  y  el  colapso general de este modelo económico que terminó arruinando el agro, acabando con las exportaciones, derrumbando la economía, corrompiendo todas las instituciones y órganos de control, generando odios y rencores entre una sociedad con los valores totalmente invertidos donde «lo malo parece bueno»,  finalmente tienen al país en el peor de los escenarios.

 

El régimen actual ha colapsado, se hace insostenible mantener este modelo y grupo de personas al frente del país, urge un cambio de timonel.

 

En las próximas elecciones se definirán elementos trascendentes para Colombia.  Hay que derrotar la política corrupta y elevar la condición humana para impedir que el poder impuesto por la violencia, el odio y el imperio del dinero como ‘valor superior’ sigan dominando a Colombia.

 

No puede permitirse que las voces de la arbitrariedad y la violencia —que llevaron la batuta y arrastraron a la sociedad durante años—  vuelvan y sigan haciendo de las suyas.   Hay que detenerlos en las urnas, urge trabajar para elegir candidatos decentes al poder político en Colombia y llevar a la mentalidad del pueblo el sentido de la dignidad.

 

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