El actual proceso electoral no tiene nada novedoso ni diferente. Los discursos, las ideas, los formatos, los perfiles son la repetición de la forma y el fondo en diferentes empaques.
Muy pocas cosas han cambiado, la tecnología ha aportado nuevas plataformas y nuevos medios, pero se usan bajo las permanentes formulas y los usuales contenidos.
Pero eso pasa porque la gente no quiere realmente cambiar, hay un temor a lo nuevo que paraliza y prefiere que le presenten y cuenten la misma historia. Además, todo es igual porque como sociedad poco hemos cambiado, seguimos siendo los mismos.
Es cierto que hay progreso en el reconocimiento y el disfrute de derechos para cada vez más sectores sociales, pero eso es en la superficie, en el fondo la sociedad sigue siendo excluyente, racista y clasista, muy a pesar de ella misma, y de todo el sufrimiento que padece por ella misma.
En política el desengaño de la comunidad no se ha apaciguado, se mantiene vivo y presente, a pesar de los esfuerzos de los candidatos de despertar el fervor político, pero lo único cierto es que se ha encendido la hoguera del egoísmo, las banalidades y la insensatez.
El periodo electoral es el periodo de las pasiones encendidas, no se defiende una postura, una plataforma ideológica, una estructura partidista y programática, se custodia a la figura que se supone garantizara un destino provechoso para cada uno.
A nivel local se discute la micropolítica, esos asuntos por fuera de las ideologías o los partidos que preocupan a unos cuantos y le son indiferentes a otros más. Y donde se proclama que no hay ataduras visibles. Es el tiempo de la libertad electoral que ubica a cada candidato como capitán de un barco hecho de sus propios pareceres, adanes y evas todos ellos, que traerán la revolución institucional al gobierno local.
En torno a los aspirantes se construye una red de adhesiones personales, excluyentes y discriminatorias, donde la exaltación del candidato y su discurso se convierte en un culto permanente y que no permite ni tolera trasgresiones. Las redes sociales han permitido que los fieles inquisidores puedan llevar su sacra tarea por todos lados sin mayor esfuerzo. Los usuales usuarios quedan a merced de su inmaculada labor, presas a veces de infamias descaradas o de insultos solapados.
Habrá que esperar entender que lo que debe cambiar es la sociedad.
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